viernes, 26 de marzo de 2010

Casi veintiún horas de anonimato

Con la inercia de un mes complicado, finalmente, Jujuy es una realidad. Sentado en un sillón del Club Hostel de San Salvador, hago un repaso por las casi veintiún horas de viaje, veintiún horas de ser un anónimo, junto a otros anónimos.

Desde el inicio, cuando uno ocupa un lugar en el transporte que te llevará al lugar que te transporta, se ven tantas cosas y todo lo que uno prevé puede cambiar. En primer lugar, quiero comentar la experiencia de hablar con un santiagueño que vive en Laferrere desde hace más de 21 años, pero que cuando puede se hace una escapada larga para visitar aquellos pagos que lo vieron crecer. El problema es que el cuerpo va tomando su propia pertenencia. Ya no le es lo mismo el calor, el clima, la rutina de la provincia natal. Simpleza, lo único que necesita el Hombre para poder estar bien con sí mismo y los demás.

Según él, en Santiago a uno pueden engañarlo con el clima. “Siempre dicen que hacen menos calor”. Una anécdota para hacer referencia a esa estrategia: En el campo, los peones limpiaron un disco de arado y luego de dejarlo al sol radiante por un rato, rompieron un huevo sobre éste. Así el huevo terminó cocinándose al calor del sol sobre la placa metálica.

Luego, apareció la masajista, también santiagueña, una mujer que en sus ratos libres se sumaba a proyectos de radio. Con un hijo músico, obviamente le llamó la atención mi guitarra y también mis gustos musicales. “Al folclore hay que respetarlo” le contesté. No se puede hacer un tributo barato a la Madre Tierra.

La historia más emocionante apareció casi al final, pasando Santiago del Estero. Este anónimo dejó de serlo, así que por respeto no la nombraré. La Cabo primero y técnica electromecánica resultó ser abuela. Dos hijos, la menor ya cuenta con una primogénita de un año y medio, que la transformó en abuela a los 39. Dato de color: durante el almuerzo que compartimos, quién sabe donde, pero seguro que antes de salir de Santiago, me confesó que aunque parezca raro, a pesar de ser hija de Desaparecidos, eligió la carrera de militar.

Posee un entrenamiento que a muchos nos asombraría que estuvieran aprobados, aunque en la actualidad los Derechos Humanos hicieron que bajara el nivel de exigencia en el entrenamiento pero “dejando a los más jóvenes menos entrenados de llegar a presentarse algún conflicto”. Le pregunté qué tan posible es que surja un enfrentamiento bélico en el país y aseguró que la escasez de agua es un tópico que tarde o temprano pondrá cara a cara a las fuerzas argentinas con las estadounidenses.

Este post no tiene nada de especial, sino que funciona sólo como una recopilación de acontecimientos que uno puede reunir desde el anonimato, durante casi veintiún horas de viaje.

viernes, 12 de marzo de 2010

Caída libre

Quiera el mundo que sea lo inesperado mi destino. Para vivir en la fuerza de la sorpresa y terminar siendo lo indescriptible, lo ilógico, lo incoherente. Aún el terreno celestial busca una respuesta en lo terrenal, y eso deja entrever que hay algo de real en el otro mundo.

Mis palabras en el viento se pierden, no pueden salir de mi boca. No puedo coordinar una oración simple, no soy quien era, si es que acaso alguien era antes. La mordaza de la resignación, la censura de una pálida mirada frente a la brillante luz que me encandila sin cesar.

Miro al sol en mi reflejo. La luz me envuelve en remolinos. Quiero escapar, no ser, existir, morir, vivir, sonreír y caer en brazos de un amor que, aunque sin rostro, se vuelve lecho, pesebre, y mar.

Una ola intensa de inmensidad. Un eterno resplandor en mi cabeza. Saltar al vacío y descubrir que no estaba solo; y aún así, saber que no puedo regresar. Las alturas de un abismo incontenible de silencio, y caída libre en la memoria de lo que nunca pude percibir.