miércoles, 2 de febrero de 2011

El camino que sigue

Yes, 'n' how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, 'n' how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?

Yes, 'n' how many years can some people exist
Before they're allowed to be free?
Yes, 'n' how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn't see?

The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

Bob Dylan - Blowin´ in the wind


Podemos preguntarnos infinitas veces durante nuestra vida cuál es la razón que nos motiva a tomar determinadas decisiones y accionar en consecuencia. Al mismo tiempo, a cada respuesta se le podría contestar con otra pregunta que nos haga pensar que estamos equivocados. La eterna lucha entre el bien y el mal, entre lo blanco y lo negro, entre los extremos de una misma cosa, fue, es y, probablemente, será aquello que genere, quizás, las pérdidas más grandes de nuestra existencia.

La Fe es algo en lo que muchos creen para buscar respuestas. Pero quien es realmente quien contesta a los cuestionamientos. Quién es acaso tan divino como para poder jugar a la omnipresencia en pos de convertirse en el panóptico de la vigilia del universo, un universo falso, tan pequeño que se reduce a un punto perdido en los pixeles de una pantalla luminosa, que otorga sólo unos minutos y pocas reflexiones críticas sobre la misma nada.

Hemos quemado la historia cuando era pagana, hemos aniquilado al Hombre por no creer en lo mismo que nosotros, hemos burlado nuestro origen sólo porque la creencia extranjera dice que no tenemos nada a lo cual pertenecer. Hemos actuado como sicarios incompletos, cuya paga sólo se experimenta en la percepción de la Fe considerada como cumplida.

Es el pasado, es el presente y es el futuro, todo lo que somos está distribuido, puede transformarse, puede construirse, pero los motivos por los cuales accionamos pueden llevarnos al fanatismo indiscriminado, nos evitará tomar nuestras propias decisiones porque alguien ya lo ha hecho por nosotros, y no somos nadie para oponernos a esa Sagrada Palabra. La obstrucción de la sensación en manos de la pasión desenfrenada, caótica y dirigida por el egoísmo, la avaricia, la codicia, la indiferencia, puede causar no sólo un daño a la sociedad misma, sino también a su eternidad.

Esta eternidad, ese Libro de Arena borgeano, ese encuentro fugaz entre el pasado y el futuro de un hombre que está cansado. Ese hombre que descubre que la Historia no valdrá nada, que todo lo que se defiende podría no valer nada, aún cuando le parece que en el futuro cada uno es Dios, ciencia y tradición de uno mismo. Aquel que puede prescindir del otro, una vez que haya entendido el por qué ese Otro existe, y por qué ha de tener que amarlo.

Descubrir que ser samaritano no implica predicar, no implica atarse las manos a un libro impreso en las mismas cuevas de la estandarización intelectual invisible, sino que más bien se trata de una actitud frente a la vida. El saber se abre al mundo para aprehenderlo sin necesidad de destruirlo, ni tampoco destruir a quien tenemos cerca.

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