viernes, 12 de febrero de 2010

Viaje, amor, sentido y corazón

Barajando el destino. Quién sabe donde se encontrará el lugar ideal, aquel que nos permitirá recorrer nuevos caminos, esos que nadie nunca se atrevió ni siquiera a pisar, y mirar al cielo, sentir la brisa y morir en paz. Tal vez sean varios los que cumplan los requisitos y aún así siempre se podrá elegir entre el montón, sólo porque el cuerpo descansará mejor en alguno de ellos.

Intento recordar un viaje en el que el calor del sol y la amistad se unieron para darme lo mejor de cada uno de esos sitios en donde podría vivir y perecer sin pensarlo dos veces. Intento no olvidar. En la altura de la gran montaña sudamericana, en el espejo de un embalse quieto entre las sierras puntanas de oro, en el valle, en la luz.

Buscar las palabras justas se hace cada vez más complicado, mi alfabeto se reduce y siento que no es suficiente para abarcar mis sensaciones. Pero en las voces ajenas, que pertenecen a esta, la misma tierra a la que creo no saber pisar ni rendir tributo, se puede encontrar aquello que el corazón todavía no aprendió a decir:

“Este paisaje superó en belleza y en misterio mis condiciones de músico y compositor. Superó en belleza y en sugestiones a mis condiciones, que no son muy vastas. Hay en mí una orfandad de profundos conocimientos. No así de anhelos, que son infinitos”.

Quién soy yo, acaso, para quitar del universo aquellas letras que sirvan para explicar algo indescriptible. Puedo sentir y ver, puedo oír y perderme en el aroma de las flores, pero como en su canción se aprecia “lo que d´entra en la cabeza, de la cabeza se va. Lo que d´entra al corazón se queda y no se va más”, “porque al corazón sólo le d´entra la pura verdad”. Palabrita y yo.

Enraizar mi canto, ese que aún no encuentra su voz, tal vez por querer ser ajeno a lo que da el esplendor. Aquella tierra misteriosa, que habla constantemente, que muestra su idioma al mundo que pisa su extensión, pero este no siempre es escuchado, sólo por no tener abierto el corazón.

Y pensar en que el paisaje es eterno y que las paradas limitadas pueden convertirse en eternas me hace soñar que aún soy sólo un pequeño en el universo, jugando en la arena, recogiendo una piedra del río, cometiendo mi pecado frente al curso de lo natural, y perdiéndome a la vez en mi imaginario de lo silvestre, sin apreciar lo verdadero, lo real.

Mi canción es mi llanto, mi pena y mi alegría. Mi viaje es la búsqueda por el sentido de cada uno de esos estados. Y crecer, vivir, ser yo, ser multitud y ser soledad.

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