jueves, 7 de junio de 2007

Mano a Mano


Lo mismo de siempre a esta altura del año. No se encontró otra forma de evaluar el saber, por eso siempre vuelve mi estrés. Obviamente, acompañado del estrés de ellos, sólo que yo finjo no notarlo y ellos actúan igual. No importa qué materia sea, el sentimiento es el mismo, lo sé porque no dicto sólo una. Reaccionamos igual pero no siempre buscamos los mismos escapes.
Siempre que entro al aula busco algo que quite mis ojos de la preocupación de los estudiantes, hoy no se qué podrá ser, generalmente es una sorpresa que se me presenta al entrar a esa caja llena de nervios e impaciencia, y ya entré. Dónde está mi escape, no lo veo, me están mirando y me quedo aquí parado, qué deben pensar ¡cielos! si pudiera tan solo encontrar la distracción y tomarla entre mis manos... ¡mis manos! ¡Eso es! ¡Lo encontré! Agarran fuerte el maletín, inician en vaivén una suave elevación depositándolo en el escritorio en forma vertical, con elegancia corren el cierre hacia la izquierda y se introducen en él, tomando unos papeles que hay dentro. Una los sostiene con firmeza mientras que la otra hace pasar el pulgar por sus puntas como pretendiendo contar si son suficientes.
Giramos juntos mirando hacia la clase, ahora ya no estoy solo. Encuentro muchas manos dentro del aula, yo pensaba que sólo estarían las mías, me equivoqué. Están allí, de par en par sobre lo pupitres, bajo las piernas, invocando el Nombre de Dios, sudorosas, apretadas una contra otra buscando refugio dentro de sus palmas. Es increíble ver que ellas también sufren estrés, sorprendente. Las mías intentan no mostrar que les falta pulso, qué pensarían de ellas: que son débiles, que están viejas, no importa.
Camino como siempre de atrás hacia delante, de derecha a izquierda y una de mis manos hace un esfuerzo obligando a mi brazo a extenderse tomando entre sus dedos uno de esos papeles, acercándolo hasta una de sus nerviosas compañeras que se ve obligada a soltarse de su par, abrirse y tomar el papel: Tema B. Estrés. Así sucesivamente, mis manos van conociendo muchas otras. En el encuentro entre ambas manos y el papel, voy notando como tiemblan, como pierden la noción de su fuerza, dejando caer esos papeles, nerviosas, no coordinan. También noto que se transforman, mutan, como esquizofrenia tal vez, no dibujan las letras igual que siempre, si no tuviéramos calefacción podría explicarlo pero… tenemos. Es raro: todas parecen tener reprimido el deseo de ser pianistas, noto que muchas hacen acordes, simulacros de obras, tal vez de Beethoven, tal vez de Mozart. Otras se enamoran del pelo y lo acarician, van y vuelven como parejas enamoradas que acaban de declararse su amor. Otras sienten que olvidan algo: buscan dentro de las cartucheras, después buscan en la boca, siguen, tratando de rasgar la sien para ver si está allí dentro… me pregunto si esto es lo que entienden las manos por búsqueda del conocimiento.
Una de las mías detiene mi pensar para hacerme notar que el tiempo se ha ido. Tengo que volver un momento a mí, hablar, el tiempo ha terminado. Sentado en el escritorio, mis manos juegan a tratar de adivinar los resultados a medida que van dejando los exámenes. Las víctimas depositan muchos papeles de formas distintas, algunas manos lo hacen con fuerza, están enojadas, otras los dejan caer con un envión hacia el escritorio, decepción tal vez, otras buscan el consentimiento con algún pulgar hacia arriba, probablemente no esperen mucho más que eso. Así se van yendo, una montaña de papeles en mi escritorio y un aula vacía. Mis manos rascan mi cabeza como anunciando el arduo trabajo que me espera, se burlan de mi cuando no consiguen hacer entrar esas hojas al maletín y yo me río de ellas porque me van a tener que ayudar a realizar la corrección de todas estas hojas. Pero, mientras tanto, sólo tienen que ayudarme a sostenerlas sin perder ninguna porque, habiendo conocido a sus dueños, saben que corren el riesgo de ser cortadas si eso sucede.

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