En algún momento tenemos
que volver, tenemos que volver a encontrar el momento de jugar, de divertirnos
haciendo ejercicio con nuestra imaginación… dejar que las cosas sean todo lo
que queremos que sean. Imaginar un mundo sin peros, sin negaciones, un mundo
que se multiplica en la complementariedad del otro, en todo lo que nos puede
sumar y enriquecer.
No nos damos cuenta del
tiempo que pasamos quietos hasta que empezamos a movernos. El cuerpo pesado nos
pide que no demos un paso más, que no sigamos con esta novedad. ¿Acaso habrá
perdido la memoria? ¿Acaso se olvidó de lo que es jugar? Quitarle las amarras y
devolverle la memoria no es tarea fácil, pero no es imposible si uno aprende a
compartir otra vez.
La alegría de compartir
nos devuelve la mirada, nos permite volver a soñar despiertos y creer que
mientras que estemos juntos todo sueño puede convertirse en realidad. Corremos,
caminamos, saltamos, nos volvemos uno, nos unimos en el decir y dejamos de ser
sólo un yo, para ser un nosotros.
Volvimos a sentir que
estamos vivos, y que alguien nos abrió la puerta para salir a jugar.