sábado, 10 de julio de 2010

Origen de la sombra

¿Guardará, acaso, el cuerpo la memoria de nuestra tierra? Escuchando el sonido del erke lejano, pero que golpea fuerte en el espíritu. Desde el Norte baja pegando fuerte en la raíz. ¿De dónde soy? ¿Quién soy? ¿Soy guitarra, viento, sonido, flor? Mi mente se pierde en la inmensidad de un buscar eterno; en la esperanza de la paz interna.

Vivo armando de soledades una yunta de felicidades armónicas, y cuido que no roben mis sueños durante mi esplendor. Cuando los astros se ven unidos, se miran, nos hablan, buscan recuperar el tiempo perdido, distraído el Hombre que dejó de verlos. Conseguir de universo si quiera una estrella como guía, una luz como faro en la oscuridad del tiempo.

Sentir que la única compañía puede ser nadie, nada, eso que se busca pero al mismo tiempo no se quiere encontrar. Volver a nacer. Crecer entre el sembradío de la tierra. Cantarle a nuestro suelo que siga protegiéndonos. Pedirle a la Luna que ilumine una vez, o que se apague para ver a las lejanas estrellas que incluso han podido desaparecer.

En la mente las luces se prenden y apagan constantemente, sólo para indicarnos el camino de la razón. No obstante, el corazón no deja de latir nunca para demostrar que algo está dejando de ser, o bien que en el olvido las bondades quedan atrás. Ese sentimiento de vacío incomprendido, que se entiende en el encuentro de lo pasado, que se presenta como futuro desconocido.

Y en el sonido del mundo, perderse sin mirar la procedencia. Girar en torno a la inmensidad del paisaje que de tan propio parece ajeno. Y que por tan lejano se hace paraíso inalcanzable. Quiero que mi imaginación no se detenga nunca a pensar en mis palabras. Sino que el fluir de un sentimiento haga que mis dedos se muevan sobre mi guitarra.

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