martes, 30 de noviembre de 2010

Aquello que no tiene nombre


Escapar de los fantasmas puede ser aún más difícil que perseguirlos para destruirlos. Usar sus mismas armas, el recuerdo, la angustia y la autodestrucción, podría ser una táctica inteligente, pero ¿cómo evitar que la intención no se vuelva en nuestra contra?

Querer olvidar. Deber olvidar. Dejar a un lado los sentimientos, y en lo onírico desear, casi despierto. Ser amor castrado. Ser parte de nada. Ser, entre el infinito de posibilidades, aquello que no tiene nombre.

Me encierro en el alma, como un puño que golpea el pecho. La identificación se transforma en el mismo veneno que es la indiferencia. Y en un oído sordo, el viento se calla. No dice nada, no mueve nada. Pero es más que una brisa.

Mundos eternos dentro del silencio. La felicidad que se encuentra sólo en sueños, aunque aún así se conoce su irrealidad. Y en el reflejo ya no aparece lo que soy, porque eso ya no existe. Son sólo miradas, ajenas, a mi alrededor.

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