martes, 9 de noviembre de 2010

La boda de la corona


En aquel reino la corona estaba sola y muy triste, ni los banquetes ni las fiestas consolaban su pena. Dio cuenta de su soledad y tuvo una gran idea: por qué no casarse, de esa manera ya no estaría más sola. Comunicó su genio a su mente quién no vaciló en contradecir y, de esa manera, empezaron los preparativos para la gran fiesta. La corona, ordenó a sus manos crear el mejor vestido para la ocasión, a su lengua sugirió cocinar la comida más sabrosa y abundante que se haya probado jamás, a su nariz elegir el mejor perfume que nadie en la vida hubiera sentido y a su orejas que aprendieran las palabras más bellas para poder decirlas a su prometida. No de casualidad se reunió con su corazón para la tarea más importante, buscar a quién completaría su par. Pidió que fuera alguien que pudiera amarlo y que no buscara sólo la nobleza en propio beneficio. Su corazón asintió y partió en compañía de los pies, a quienes se les había encomendado su transporte.

Pasaron largos meses y la corona ya estaba impaciente por saber con quién se casaría. Citó a su corazón quién le llevó muchas opciones: zapatos brillantes de las tierras más lejanas, delantales sucios que amaban desde el horizonte, esmeraldas hermosas más ricas que su propio reino, pero entre todas había una especial, unos ojos color cielo que miraban desde el corazón más frágil que la corona hubiera visto jamás. Detuvo la presentación, envió a su dedo índice donde los ojos para determinar la elección y con su boca y sus voces comunicó a los habitantes del reino que la selección había terminado y que en dos noches sería la gran fiesta.

Sus manos trabajaron más que nunca para terminar el vestido, su lengua ya casi no sentía sabores entre tantos platillos preparados; su nariz sintió desvanecer el aroma de los perfumes pero fue su propio desvanecimiento el que se produjo, se levantó y continuó la selección; las orejas escucharon tantas palabras bellas que se enamoraron del idioma del amor y comunicaron a la corona todos sus secretos. Los caballos fueron invitando uno por uno a los habitantes al evento.

La luna bañaba de romance la noche de bodas mientras que los invitados llegaban poco a poco, primero fueron las coronas vecinas acompañadas de sus esmeraldas y rubíes, luego las altas galeras junto con sus elegantes bastones, le siguieron las cintas de cabello que envolvieron la sala de timidez, los crucifijos desfilaron por el alfombra dorada hacia el altar. Mas tarde fueron las espadas quienes cruzaron la puerta principal delante de los caballos y las flechas. Los zapatos, hachas y bueyes quedaron frente al palacio esperanzados de ser parte de la felicidad que ese día volvería al reinado.

La corona debía impresionar. Con su vestido haciendo combinación con la decoración de la sala, no pasó desapercibida. Su corazón lo acompañó mientras que bajaban las escaleras, abrazados como lo estarían un padre orgulloso de su hija y una hija que ama a su padre.

Casi todo estaba listo, sólo faltaba la presentación de la prometida, y así fue. La luna disminuyó su luz, las bocas se cerraron, las voces quedaron atrapadas en el asombro, y apareció brillante. Los ojos cielo transformaron la noche en día y el corazón frágil hizo a todos enternecer. Brillo por todo el derredor, la corona se sintió feliz. El crucifijo los unió. Las sonrisas de ternura llegaron justo a tiempo para el final de la boda y, siempre presentes oportunamente, las invitadas lágrimas, entraron sin avisar.

Las manos sostuvieron en su esfuerzo amor, la lengua degustó su felicidad con su banquete, la nariz, si no se hubiera desvanecido a la mitad de la noche, hubiera percibido el más agradable aroma que se sintió jamás, las orejas oyeron las palabras más hermosas en el momento de la unión y los pies transitaron el alivio cuando dieron cuenta de que tanto camino no fue en vano. El corazón latió con fuerza y se enamoró de una galera que alejó a una lágrima que acariciaba su mejilla, con la que se casará en doce lunas llenas, pero aún, no lo sabe.

2 comentarios:

Julieta dijo...

La corona y la galera enamoradas
qué bueno que no importó
la clase social
a la cual cada una pertenecía

Lucas Delgado dijo...

Será acaso que el corazón no ve dentro de sus posibilidades enamorarse de una coraza artificial, en donde las miradas ajenas y prejuicios se prenden como si fuera una cartelera de lo que no se es...