Almas perdidas del Universo, sueños que vagan en sus cuerpos; mares de duda en lo incierto, corazones que sin penas ya se ahogan. Gana el sol de tu reflejo, amigo fiel del brillo que te ocultas tras la mirada indiferente de lo bello.
sábado, 28 de noviembre de 2009
Ni blanco, ni negro, ni gris. Yo elijo el color
El escenario. Un gran amigo y enemigo. Sobre las tablas en las que uno deja todo y lo es todo por unos momentos, lo diminuto se vuelve enorme y lo grande se hace, a veces, tan pequeño e imperceptible que se confunde con el aire que nos da en la cara cuando intentamos mirar a través de la luz que nos da de frente y oscurece todo lo que pasa más allá. Salvo el sonido, en donde cada respiro se hace distorsión y cada risa puede representar tantas cosas diferentes, que a veces es mejor ser indiferente y seguir, por temor a equivocarse.
Y en una fresca noche, en la que la lluvia dejó tras su paso algunos pequeños charcos que mojaban los zapatos de los transeúntes porteños, había alguien que frente al blanco, negro y gris de la ciudad, elegía el color. Por la avenida Cabildo al 800, subiendo una escalera ancha, se encontraba Diego Istúriz. El muchacho, que anunció tímidamente un show íntimo, en el que presentaría sus canciones, subió al escenario y se calzó su guitarra, sentado en una banqueta ubicada en el centro de la escena.
Si sus piernas temblaron, como dijo, no se notó. Pasaron los temas y a cada acorde aparecía un sentimiento diferente con cada letra, cada nota. En las alturas de las tablas todo se vuelve confuso y uno siente que se juega todo allá arriba. Uno es uno. Uno es más que todos. Uno no es nadie. Pero cerrar los ojos y saber escucharse, para luego abrirlos y saber que hay alguien aguardando por la canción propia, no tiene precio. Tal vez sólo el de la confianza.
Un ambiente sereno, cargado de sensaciones, de sencillez y de amor al arte. De estar arriba y entregarse al mundo. De estar frente a todos, casi desnudo, y sólo poder cubrirse con la voz y con seis cuerdas. Salir airosos de esa situación es cuestión de escuchar. Un halago que aparece, un abrazo que se da, una mirada emocionada por lo que se acaba de escuchar. Y un adiós, que se transforma en un “nos vemos pronto”.
Y cuando todo termina saber que alguien se quedó cantando esa frase que no le pertenece a nadie más que a su compositor: “ni blanco, ni negro, ni gris. Yo elijo el color”. Felicitaciones compadre
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