miércoles, 2 de diciembre de 2009

Buenos modales

Son las quince horas de un martes húmedo en la Ciudad de Buenos Aires. Repleto y ordenado, un colectivo de la línea 99, con destino a Plaza de Mayo, transita lentamente por la avenida Avellaneda. Sólo un señor de zapatos gastados y de valijas repletas de trabajo se encuentra de pie, cercano a la puerta de ascenso frente a la doble fila de asientos negros.

Una señora levanta el brazo desde la parada de Gavilán pidiendo al chofer, con un movimiento de su mano, que se acerque a la vereda para que pueda subir sin tanta dificultad. Desde el interior del colectivo, todas las personas sentadas miran la blanca y tímida cabellera de la señora elevándose torpemente por las escaleras.

- Muy amable joven, buenas tardes. Uno de setenta y cinco, por favor.

Mientras que abona el boleto, sosteniéndose débilmente para no caerse en la curva de Boyacá, un muchacho, que carga un estuche negro con forma de guitarra, se levanta del tercer asiento de la fila simple, reservándole el lugar a la señora que terminaba de pagar su viaje.

- Siéntese, señora.

- Ay! No se haga problema joven que bajo enseguida, aparte tiene muchas cosas pesadas.

- No hay problema señora, no pesa nada esto – sonríe y con un ademán la invita a sentarse.

- Bueno, muchas gracias. Igual bajo en seguida así que aproveche a sentarse.

Y el muchacho de la guitarra vuelve a sonreír y queda parado a su lado, mientras que intenta acomodar su estuche incómodo de manera que no moleste al hombre de zapatos gastados, que queda detrás de él.

- Parada, por favor, joven

Da vuelta la cabeza mirando al muchacho de la guitarra y dice:

- Le dije que bajaba enseguida, muchas gracias, que tenga buen día.

En la parada de Boyacá y Neuquén desciende por la puerta delantera, tropieza con una segunda que no ve que está bajando. Cuando se encuentran en el segundo escalón quedan juntas obstruyendo el paso.

La segunda señora vuelve sobre sus pasos refunfuñando, mirando cómo la primera baja de revés, tomada con las dos manos de la agarradera de la puerta, porque el cordón de la vereda ha quedado lejos esta vez.
Baja y sube la segunda, un poco más rápido que la anterior pero igual torpe. Su cabello de color rojizo se bate cuando el chofer dobla por Neuquén y casi cae.

- ¡Que bestia! – exclama – ¡Ochenta!

Coloca las monedas todas juntas y algunas caen golpeando contra la chapa inferior de la máquina.

- ¿Qué pasa? ¡Yo puse ochenta, chofer! ¡Estas máquinas no funcionan nunca!

- Abajo cayeron monedas, vuelva a ponerlas – la señora murmuraba palabras para sí.

Toma su boleto, gira para buscar asiento en ese colectivo repleto y tropieza con el hombre de zapatos y valija, que está a punto de quedarse dormido. El muchacho de la guitarra, que no la había visto, intenta acomodar sus pertenencias en ese pequeño espacio entre asientos. La señora se abre paso empujando leve pero de mala manera al hombre casi dormido y se detiene frente a la guitarra, mirando fijamente al muchacho.

- ¿Disculpame no me vas a dar el asiento? ¡Qué maleducado!

El muchacho levanta la cabeza sin entender lo que pasa. Observa a la señora, a su cabellera rojiza y a una mano que, agarrada del asiento, deja relucir decenas de anillos dorados y plateados que reflejan el sol de la tarde en su rostro. Se levanta sin decir palabra y se dirige al fondo del colectivo.

- Disculpe, por favor, señor. Estas cosas no pesan pero ocupan mucho lugar – le sonríe al hombre de la valija que, ya despierto, le levanta las cejas, moviendo la cabeza levemente en dirección a la señora.

El muchacho vuelve a sonreír y levanta los hombros. Gira y queda parado frente al primer asiento de doble fila que está pasando la puerta central.

El colectivo sigue su rumbo y la señora continúa murmurando.

1 comentario:

M.C. dijo...

"a su cabellera rojiza y a una mano que, agarrada del asiento, deja relucir decenas de anillos dorados y plateados"... suficiente para poder contextualizar a la mujer en su totalidad!