miércoles, 2 de diciembre de 2009

Hoy, llueve

Diez de la mañana, el despertador hace eco dentro de mi cabeza con la voz de un locutor que intenta ser optimista del frío, o sólo ser optimista de su propio mundo; me despierta de mi falso sueño, de mi ficción. La luz se fuga por la ventana, no sé cómo puede traspasar las oscuras y densas cortinas negras y llegar hasta mi rostro haciendo que brille, una vez más, mi jaqueca habitual. Tomo mi cabeza y, con un intento de abdominal, me siento al borde de la cama esperando algo que no va a venir. “Pistones de un curioso motor de humanidad…” suena esa melodía en la radio del despertador, mientras aumenta el vacío en mi pecho. “…Memoria hostil de un tiempo de paz sin paz, narices frías de una noche atrás…” Si, puede ser así, nunca estuve en paz pero hoy anhelo el pasado, sin esperanza. Hoy no sólo no significa nada, sino que quita su significación a todo lo que fue, porque ya no está. Unto de pasta mi cepillo de dientes mientras miro mis ojos en el espejo, tan grandes, el color violáceo cuasi verdoso se hace notar y ver mi palidez me hace sentir más náuseas que antes. Parecería una momia con un par de cintas en mi cabeza y, tal vez, haría lo que hacen las de la canción, me pediría el actor de lo que fui, si es que no lo estoy haciendo ya. Pero no soy ese tipo de momias, no soy momia de un amor, ni de cientos, sólo una momia que vive porque no quiere, o porque tiene miedo de morir, qué sentido tendría “responsabilidad u obligación, mantenerse vivo sin tener razón”, recuerdo haberlo escrito alguna vez. La ducha quema, me doy cuenta por el vapor que se aleja de mi piel dejando en ella marcas coloradas que arden con cada gota, debería terminar aquí, o podría terminar otra vez en el hospital; allí nunca dicen nada, sólo frases sin sentido que dependen del ánimo de doctor al momento de la consulta. -¿Cómo estoy Doctor? – Y… Mire… o: La verdad es que usted…, a veces un: No se lo a tome mal pero… Siempre diferente pero siempre igual. La toalla rasguña las quemaduras pero mis manos no se detienen hasta secar, hasta lastimar. Miro al espejo nuevamente y, aún empañado este, puedo ver esas manchas violáceas cuasi verdosas debajo de mis ojos, flotando en una especie de ameba gigante y pálida. Vaso, agua, Prozac. Es hora ya. Hora de qué, siempre me surge la pregunta. Por qué hora y no segundo, si todo pende de estos. Recuerdo aquella, mi canción, “Un segundo y ya no entiendo más, una rosa hermosa se marchitó; la locura de querer volver a ser, y el reloj que no regresará”. Cuanta verdad, cuanto yo mismo. Enrosco la bufanda en mi cuello, la lana se detiene en mi barba de un día, mis brazos se deslizan dentro del sobretodo gris. Salgo.

El frío hace parecer aún más pálida a mi piel, lo noto en un espejo en la vidriera de un local de la calle Gaona mientras que camino hacia Plaza Irlanda, mientras que camino hacia la nada. Boyacá y el antiguo café de la humedad, tanto tango, tanta melancolía, ahora Tomato, una opción para la familia, que desperdicio de la memoria. Si las familias se disuelven, cada quien con su destino, cada quien se queda solo, sin saberlo. Eso lo descubrí hace dos años cuando mi vida perdió sentido, cuando todo perdió sentido. Lo hice por amor, y eso no bastó. Intenté salvarla de caer en la depresión, intenté salvarla de sí misma, pero me dejó, junto con mi esfuerzo, a un lado. Ella siguió su rumbo y cayó en la soledad, se fue hacia donde tuve miedo de seguirla, hacia aquel lugar que hoy me convierte en momia. No pudo soportar ser una más, pertenecer a una especie, a un lugar. Pertenecer a qué si todo se esfuma en la memoria, ni los recuerdos se salvan de esto; sentimientos, quién no los ha olvidado alguna vez, quién no los ha olvidado en la soledad. La entiendo “Hablando por mi hablando por vos, surgen tantas estrofas gracias al dolor” por ella lo escribí. Sin quererlo y con la paz en guerra busqué y busqué pero nunca encontré nada, o tal vez fue eso lo que encontré, nada. Nada en el alma, nada en el corazón “… helando el sentimiento del gran amor” seguiría diciendo. Me detengo en el Ombú, mis pies ya no son lo que eran antes, un café me ayudará a soportar estas temperaturas, mi mano violeta empuja la puerta, tres pasos, la mesa de la ochava que mira al reloj de reunión, el reloj de mis amigos, el de la ausencia. Lo admiro tanto, y así también lo aborrezco, tantas miradas al tiempo le dediqué y ahora sé que no vale la pena, un segundo fuera del tiempo no es segundo, no es instante, es sólo ser, y nunca fui, no después de ella. La camarera me pregunta qué necesito, no sería prudente responder esa pregunta en un café. Me mira como esperando algo, tal vez la respuesta pero creo que pienso en responder lo que no debo. Café doble, por favor. ¿Azúcar o edulcorante? No, gracias, lo tomo solo. Supongo que ya se había dado cuenta de eso pero lo interpretó de la manera más coherente en un café. Aquí está su café, agua y unas galletitas especiales de la casa. Qué tendrían de especiales, son iguales a todas y están viejas. Probablemente eso sea lo especial. Vuelvo al reloj, lo desafío a que no gire sus agujas y me dice que no puede cumplirlo, lo desafío a que si él no estuviera todo sería mejor, nadie sabría cuánto tiempo sufrió, por qué ordenar cronológicamente las cosas que no queremos recordar, esas que nos hacen mal, reloj! Déjame en paz. No tengo veinte años, eso sólo es tiempo, no dice nada más que tiempo, tiempo bueno para nada. No me llamo ni me llaman por el tiempo. No soy quien se levanta a las diez, no soy quien mira el programa de las veintiuna, soy yo, sólo yo, yo solo, como siempre, como nunca antes.

Sin propina, me levanto después de pagar y me voy. La plaza me hace un llamado, ya es la una de la tarde, qué significa eso. Me siento en el banco de material anti anatómico, ya no piensan en las personas que vienen a estos lugares como para hacer estos diseños. Aquí siento el viento, la gente tiene frío, lo puedo ver, no lo puedo sentir. “Sopla el viento de tu suspirar, nace el sol en mi voz cuando tu estás” cantaría. Presente y ausente, ausente y lejana, ojalá fueras fénix y resucitaras ¿para estar conmigo acaso? No, qué podría ofrecerle hoy, si nada tiene sentido para mi, soy una momia sin amor que busca ser quien nunca fue e intenta explicarse a través del tiempo. Hace dos años que estoy mal, hace dos horas estoy sentado en una plaza, hace un segundo que pienso en lo que estoy pensando, y a cada centésima de segundo su nombre aparece en el viento.

Las nubes grises cubren el cielo y lo harán llorar muy pronto, es mejor volver a casa. Cuatro de la tarde del primer domingo de julio del año en que cumplí los veinte años de vida o los dos de soledad. Mi canción “Siempre que llovió paró…” eso es verdad “y siempre que paró volvió a llover”. Así será mi vida, hoy llueve en la ciudad, hoy llueve en mi corazón. Hoy, llueve. Prozac.