miércoles, 2 de diciembre de 2009

El camino de las palabras que encontraron su pasado


Intentaré ser breve y claro con esto que diré a continuación. He aprendido durante este año que las palabras más bellas, que las metáforas más exactas, cuando imbuidas en un contexto de claridad poca, comienzan a perder su encanto y, luego, se pierden en la indiferencia. Será así que, poco a poco, cada una de esas palabras fue cambiando de lugar para formar nuevas imágenes y decir nuevas cosas.

Desde mi niñez he escrito frases de melancólica expresión, quién supiera el por qué hágamelo saber, y continué ese rumbo durante los siguientes años, podría decirse incluso, hasta el día de hoy. Influenciado por escasas lecturas de autores varios, había elegido entre ellos a Julio Cortazar, Carlos Fuentes y Horacio Quiroga pero, con respeto, nunca quise escribir como ellos, porque para eso están ellos. Pero no conocía un pasado que había sido omitido sin intención alguna, no conocía autores que hoy conozco y en quienes me reconozco, aunque sea posteriormente a la escritura de mis textos.

Cuando una primera consigna me hizo pensar en qué es lo que yo quiero escribir, transmitir y encontrar en cada texto, no pude más que remitirme al pasado de vivencias poco recordadas, a una forma poco literaria de las cosas, hasta que encontré en las canciones la forma más directa y propia de escribir una historia, hasta esa que habla de mi. Encontré una relación entre las palabras: los caminos trajeron las intersecciones, los destinos, los recorridos, las bifurcaciones, los sin salida, y creo que estos, los caminos, son los que mejor explican el transcurrir de una etapa que encontró su fin.

Se presentó de golpe una calle que tenía un destino incierto, claro, pero incierto; en ésta, varios, estimo, nos vimos perdidos en la duda de lo que podría venir, y lo primero que llegó fue “nosotros mismos”. Nos presentamos mediante textos, no completamente pero todos lo hicimos de alguna manera e hicimos hincapié en algo. Yo elegí bordear el camino, verlo de lejos, así descubrí que la metáfora era buen vehículo para mi objetivo, dije muchas cosas por mí, pero al mismo tiempo dejó una incógnita abierta, datos concretos narrados vagamente en el papel. Y a través de ella creí poder explicar mejor algunas cosas. Esto trajo como consecuencia que mi camino se convirtiera en uno ya transitado hace varios siglos. Tal vez, caminaba en sentido contrario sin ver las señales, pero se me atribuyó un estilo que inocentemente desconocía. Y que tampoco, hasta el día de hoy, he leído. Pero eso tuvo un quiebre muy especial, no alcanzaba con los comentarios o con la gran frase “¿Quién maneja a quién, Lucas al estilo o el estilo a Lucas?”, pero bastó que Borges dijera qué es un barroco para él, logrando que me diera cuenta de que esa no era la impresión que me gustaría que otros tuvieran de mi. Y eso sí me hizo cambiar. Pero no sólo cambió la actitud, sino, también, las consignas. La aparición de las crónicas urbanas, trajo consigo una adaptación al género en cuestión, la metáfora no explicaba lo que se quería mostrar, era inservibles los métodos adoptados anteriormente, y así llegó la frase corta y cotidiana que trae consigo, de la mano, una realidad posible, un acercamiento a lo que efectivamente sucede. Contarlo con alegóricas palabras, comienza a tornar poco creíble lo que se expone, por más alto grado de veracidad que traiga implícito. Es por eso que el estilo adquirido tomó su tiempo para resurgir, lo hizo, aguantó todos los pesos, y volvió a encontrarse en otro desconocido, Atahualpa Yupanqui.

Cada consigna refería a una técnica que nos permite poner un destino a nuestro camino, en cada elección de palabra se bifurcan nuestras decisiones, así, éstas adquieren significado, sea dentro de la metáfora de un cuento o dentro de la propia realidad narrada. En fin, me entretiene pensar en jugar con la arbitrariedad del signo seaussuriano que nos remite a que a las palabras nada las ata, nada las puede atar, nuestra imaginación en cada lectura será diferente cuanto más literatura y conocimientos tengamos presentes, por eso un cuento nunca es único o una metáfora nunca refiere a lo mismo. Por eso en cada palabra se vuelcan partes de lo que somos en ese momento, por eso cada texto es como el libro de mi tía abuela, Mercedes, un autoanálisis, no sólo de nosotros, sino, además, de todo lo que nos rodea.

Seguramente, y espero que así sea, en cada nuevo texto se encuentre una historia oculta por descubrir, que en cada palabra se esconda la ambigüedad de la falta de significado, de un cierre que no se puede cerrar del todo, porque esto indica que hay más por imaginar, más por conocer y mucho más por narrar.

Este texto formó parte de los trabajos presentados para la materia Taller de Expresión I de la carrera Ciencias de la Comunicación Social de la UBA.

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